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Omicrón nos ha devuelto al debate entre la «histeria colectiva» y «principio de precaución»: esto es lo que sabemos en realidad sobre la variante y lo que podemos esperar

En menos de una semana, Omicrón ha puesto patas arriba a la opinión pública internacional: no sólo hay un nuevo actor en la pandemia; sino que, a nivel social, político y de salud pública, esta variante del SARS-CoV-2 nos ha devuelto a los mismos debates de hace dos años.
Eso sí, más cansados, más incrédulos y con la sensación de que las autoridades públicas no han aprendido todo lo que podrían haber aprendido.
Lo cierto es que pese a los titulares sabemos muy poco sobre la nueva variante.
Sabemos que se detectó por primera vez entre el 11 y el 23 de noviembre en Sudáfrica.
Concretamente, en la provincia de Gauteng donde se identificaron 77 casos.
Y que desde entonces se ha localizado en casi una docena de países y, se ha extendido muy rápidamente, en algunas zonas de país sudafricano.
Esto, en bruto, sería señal de la alta transmisibilidad de Omicrón.
Sin embargo, también sabemos que la zona de Gauteng tiene muy pocos casos de COVID-19 y su tasa de vacunación muy baja: es decir, que cualquier pequeño crecimiento dispararía las estadísticas.
Además de eso, lo que más llama la atención sobre la nueva variante es que tiene más de 50 mutaciones y 32 de ellas se concentran en la región de la proteína S.
Como una posible mutación en la proteína S que permitiera el «escape vacunal» ha sido una de las grandes preocupaciones de los genetistas y microbiólogos, muchos científicos han mostrado su preocupación.
Una preocupación lógica, por otro lado.
Sin embargo, se trata de una preocupación preventiva; casi se podría decir que más científica que sanitaria.
Como decía el microbiólogo Ignacio López-Goñi, en este momento «no sabemos si es más transmisible, no sabemos sí sustituirá a otras variantes, no sabemos si es más virulenta y causará enfermedad más grave, no sabemos si será más fácil de reinfectarse, no sabemos si será más peligrosa en niños pequeños, no sabemos si escapará de las vacunas actuales, no sabemos si se extenderá por todo el planeta».
Lo que sí sabemos es que «tenemos que vigilarla».
Y hay que vigilarla porque, aunque aún no nos ha dado tiempo a entender cómo de seria es la amenaza, hay razones para la preocupación (aunque no las haya – por el momento – para la alarma).
Más aún en una situación como la actual en la que la relativa decepción en torno a la capacidad de las vacunas para «devolvernos a la normalidad» y el «cansancio epidémico» acumulado convierten la amenaza de volver a las restricciones un problema social de primer orden.
Y es que, como decía al principio, quizás el principal problema de Omicrón es que en un abrir y cerrar de ojos nos ha vuelto a situar en debates que hace meses que creíamos superados.
El principal de ellos: el debate entre los que consideran que estamos «sobreactuando» frente a una amenaza muy menor y los que creen que hay que ser cautos e introducir de nuevo las restricciones necesarias para evitar una nueva oleada.
El debate es comprensible.
Si algo nos ha enseñado la pandemia, es que actuar pronto (cuando es necesario) es lo mejor que se puede hacer.
Es decir, que el principio de precaución es un elemento relevantísimo en las políticas sanitarias.
Sin embargo, también nos ha enseñado que ese «actuar» signifique lo signifique en cada caso siempre tiene un costo que tras dos años de pandemia muchos consideran excesivo.
En el fondo lo que planea es la dificultad de definir el alcance y profundidad de dicho principio de precaución.
Al fin y al cabo, «precaución» no siempre significa que «se deba tomar el curso de acción más extremo lo antes posible para garantizar que se evitará una amenaza de gravedad (aún desconocida)».
Al contrario, como señala Francis Balloux, «precaución» es «implementar dinámicamente medidas proactivas acordes a la gravedad de las amenazas (y su posible ocurrencia)».
Y, lo que es igual o más importante, «garantizar que se puedan implementar rápidamente otras medidas reactivas si es necesario».
Quizás esto es lo más exasperante en casos como la cancelación de vuelos con Sudáfrica.
No ya porque sea difícil frenar así la expansión que ya se ha localizado en más de media docena de países y, por tanto, porque su eficacia sea dudosa.
Sino porque este tipo de medidas pueden crear una estructura perversa de inventivos.
Como ocurrió con las «variantes inglesas», no está nada claro que esta ‘cepa’ se originara en Sudáfrica.
Se ha encontrado allí (como las otras se localizaron en Reino Unido) porque son los países de sus respectivas regiones que más virus secuencian.
Penalizar de forma sistemática a los países que más esfuerzos hacen en monitorizar la pandemia puede ser una medida con sentido a corto plazo, pero no es una gran estrategia a medio/largo plazo.
Sea como sea, y mientras aclaramos la amenaza que supone esta nueva variante, todo parece indicar que el debate entre «sobre-rreaccionistas» y «precaucionistas» es el gran debate de la pandemia.
Y, por lo que decía, no parece que tenga una resolución sencilla.
Sin embargo, es importante caer en la cuenta de que en ningún caso volveremos a la casilla de salida.
Incluso en el peor de los casos si se confirma que la Omicrón es mucho más transmisible y virulenta; aunque consiga «escapar a las vacunas» actuales, el escenario ha cambiado para siempre: la población está más inmunizada, tenemos una enorme capacidad para producir vacunas, para modificarlas si es necesario y, por supuesto, contamos con toneladas de información y experiencia sobre medidas de salud pública.
Solo falta tener la capacidad y la valentía de aplicarlas cuando sean necesarias.
Imagen | Matteo Jorjoson

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